(…) Cuando el alba llegó al tercer día, estaba rodeado de aíre, de brisa, de vida.
Las montañas que quedaban tras de mi, no fueron montañas hasta el tercer milenio, cuando yo aún permanecía sentado en esta parte del mar… Observé como las hormigas se suicidaban al bajar hasta la orilla en busca de sal. Las conchas eran hermosas, los cangrejos iban y venían buscándome quizás por mi aspecto de roca, o quizás por mi sombra.
Aún hoy, aquí sentado, me pregunto por mi aspecto de coral. (…)